Hay quienes se embarcan a crear nuevos proyectos, y en pocos meses logran hacerse un hueco dentro de la extensa propuesta editorial. Es el caso de Kriller71 ediciones, una editorial especializada en poesía contemporánea, y que está publicando a autores con obras consolidadas en sus países de nacimiento pero que no han sido casi publicadas por estos lares. Aníbal Cristobo (Lanus, Buenos Aires, 1971) está detrás de esta aventura y nos ha explicado las razones por las que creó la editorial, la forma en la que entiende la industria literaria y, después de hacer un recorrido a través de los últimos libros publicados, nos adelanta las próximas novedades para el otoño próximo.
¿Cómo surge la idea, y por qué razón os embarcáis con la aventura de Kriller71 ediciones?
Mira, este proyecto nace a inicios del 2012: en aquél momento yo estaba traduciendo a una poeta contemporánea cuyo nombre prefiero no revelar por ahora (ya se sabe que la poesía está plagada de peligrosas intrigas). Lo cierto es que tiene una obra extensa y maravillosa, y está prácticamente inédita fuera de su país, por motivos que después entendí. Iba avanzando con el libro y pensaba: “y cuando lo termine, ¿a quién se lo llevo?”, y me iba malhumorando solo, imaginando las dificultades que enfrentaría para convencer a editores a los que no conocía y que no me conocían a mí de nada, de publicar a una señora de la que tampoco habían oído hablar nunca. En fin, era un poco como aquel chiste en el que un tipo se queda tirado con el coche en la ruta, de noche, y tiene que caminar varios kilómetros hasta un casita lejana para pedirles un gato con el que arreglar el vehículo —y cuanto más se acerca a la casa, más seguro está de que le van a responder de mala manera, con lo cual su ánimo va empeorando cada vez más. Solo que en mi caso, en lugar de que me abrieran la puerta y yo les respondiera que podían meterse el gato en el culo, decidí que lo mejor era crear mi propia editorial para no tener que ir a pelearme con nadie: en eso me engañé redonda e ingenuamente, pero esa es otra historia. Total, que el libro no pudo publicarse por un malentendido —qué es la literatura, en definitiva, sino una suma de ellos— pero ese volumen inédito se mantiene como la ausencia fundacional sobre la que se argumenta el sentido de la editora, como el libro número cero, ese que sólo existe en nuestra imaginación. Algo así como la Rebecca de Hitchcock. Es decir, como una excusa cualquiera para ponerse a hacer algo que uno desea hacer.
Sea como sea, supone una apuesta arriesgada en estos tiempos tan complicados idear una editorial, y aún más de poesía.
Pienso que si lo vemos como una apuesta, corremos el riesgo de creer que habrá un único número ganador, o de algún modo quedaríamos atados a un resultado que vendría a convalidar si tenemos o no razón en hacer lo que hacemos. Vamos a perderlo todo y, como queríaBeuys, nos alimentaremos del derroche de nuestras propias energías. Tal vez sea bueno que dejemos de pensar en la poesía en términos de marketing empresarial y la entendamos como un ecosistema: lo que queremos desarrollar en Kriller71 es eso, ese sentido de la ofrenda que propicia que un circuito sea sustentable, al menos por un instante. Que alguien que le debe casi todo a la poesía, como es mi caso, pueda intentar hacer uso de sus fuerzas para devolver algo de lo que ha recibido. En ese sentido es casi anecdótico que el proyecto sea económicamente inviable, porque por la misma regla de tres podemos llegar a la conclusión de que lo más acertado para un elefante sería la inmovilidad o que tener amigos no es una actividad redituable, y evidentemente no se trata de eso. Con lo cual, invirtiendo los términos, te diría que no, que ofrecer algo que uno hace con pasión, buscando el modo de entregar lo mejor de sí, nunca es arriesgado. Lo arriesgado es creer que podemos vivir sin poesía.
¿Y cuál sería ese “gruñido casi inaudible y desafinado entre lo que las voces cantantes proponen para la época” que proponéis?
Si miramos a nuestro alrededor, el mensaje es bastante claro: la situación es crítica y debemos dejarla en manos de los que saben. Laurie Anderson tiene una canción magnífica llamada justamente ‘Only an expert’, donde trabaja sobre esa idea, la de que el discurso que más se ha multiplicado últimamente es el de que abandonemos cualquier intención de tomar parte en el asunto, porque sólo un experto puede encargarse de ello. ¿De qué? Imposible saberlo, porque sólo un experto puede determinarlo. Así vemos cómo áreas muy extensas de nuestra vida civil, como la educación y la cultura, en las que nuestras opiniones deberían ser básicas, pasan a ser presentadas como entelequias de las que nada sabemos y que debemos confiar a tecnócratas que decidirán qué es lo mejor. Nuestra editorial buscar crear una mínima grieta ahí, en relación a ese discurso que permanentemente desea convertirnos en espectadores de nuestra propia vida y que busca que la participación ciudadana se limite a demostrar que las consignas que ellos promocionan son correctas. En ese sentido, lo del gruñido tiene que ver también con una frase de Piglia: “El Estado dice que quien no dice lo que todos dicen, es incomprensible y está fuera de su época”. Y también, por locasi inaudible, está haciendo latente la necesidad de acercamiento, ¿verdad? Solamente al acercarnos más a algo que no se oye bien, somos capaces de entender ese sonido. Evidentemente hay slogans y consignas que pueden ser amplificadas a través de los grandes medios de comunicación y funcionan como disparadores de un triunfo electoral o de una campaña de ventas, y otras formas de vida, como la de una editorial de poesía, que necesitan modular su lenguaje de un modo más próximo, más íntimo. Me gusta la idea de un gruñido casi inaudible, porque veo que requiere ese acercamiento del que te hablaba, pero también porque no te garantiza una situación de comodidad: estar cerca de algo que gruñe puede ser peligroso.
Eso por una parte. Y por otra, una vez que nos situamos en esa película de ciencia ficción que implicaría imaginar que formamos parte de un sistema literario, de un engranaje editorial o cualquier otra perspectiva que incluya analizar qué se está editando en España en poesía, con qué criterios, buscando conseguir qué resultados, también deberíamos concluir que seguramente lo que decimos es incomprensible para una gran parte de los editores —un balbuceo analfabeto en términos de marketing, o la oración budista de un piloto kamikaze a punto de estrellarse— con un par de excepciones, como la del proyecto liliputiense de José María Cumbreño y la colección Trasatlántica de Juan Soros en Amargord, que tienen otra concepción, más marcada por la vocación de compartir autores en muchos casos casi desconocidos en España pero que tienen una trayectoria y una obra dignas de atención; vocación con la que nos sentimos emparentados, desde ya.
De hecho vuestro objetivo es la edición de poetas contemporáneos con obras consolidadas en sus países de nacimiento pero no publicados aquí.
Nuestro objetivo, como el de cualquier otra guerrilla, no puede ser otro que el disolvernos por habernos convertido en una herramienta innecesaria para la sociedad: la edición de poetas que creemos valiosos y que son desconocidos en España es un modo de poner en práctica una crítica al sistema editorial desde la acción. ¿Por qué un particular, sin ninguna estructura más que su propia experiencia y sus amistades, es capaz de detectar a esos poetas y de contactarlos, traducirlos, y editarlos —mientras una gran editorial de poesía está ocupadísima montando una polémica bizantina acerca de la “claridad” poética? En cierto sentido cada libro que editamos es al menos dos cosas: el libro en sí y la pregunta acerca de qué está haciendo cada uno por la poesía: qué estamos publicando, leyendo, reseñando. Qué tan permeables somos en lo que suponemos que es poesía, en lo que imaginamos que debe ser publicado y leído y asimilado. Por eso hablaba antes de un ecosistema: nuestra suerte es circular, y no nos pertenece a nosotros únicamente. Si ese mínimo gesto de resistencia que estamos esbozando desde Kriller71 encuentra un eco, puede multiplicarse y alimentarse de sí mismo.
Entonces, ¿qué quiere ofrecer Kriller71 al ecosistema poético?
Diría que justamente esa incomodidad, esa duda acerca de lo que se viene haciendo y convalidando como una práctica válida para la edición de poesía. Cuestionar, por ejemplo, cuál es la relación que España tiene hoy en día con la poesía latinoamericana y cómo es posible que en términos generales a las grandes editoriales les baste con publicar unas antologías bastante laxas para dar por cumplida su cuota de poesía sudamericana mientras al mismo tiempo y sin cuestionárselo publican libros de cualquier autor local que sea capaz de garantizarles más de 200 likes en facebook.
Edgardo Dobry decía el otro día que un editor es alguien que no ha podido encontrar un libro que estaba buscando y ha decidido editarlo él: creo que ese es un criterio que aplica bien en nuestro caso. Evidentemente, venimos a cubrir una necesidad que no existe más que en nosotros. Tal vez eso no cambie nunca, pero si conseguimos ampliar el alcance de ese “nosotros”, tal vez esta bicicleta que venimos a ofrecerles a los peces se transforme en algo un poco menos disfuncional.
Por otro lado, además de ese gran signo de pregunta que acarreamos de incendio en incendio, me gustaría creer que también podemos repensar los modos de producción de los libros de poesía para que todas las personas involucradas en las diferentes etapas se sientan respetadas e integradas. O, por ejemplo, ver qué vínculos se pueden crear entre determinadas obras poéticas y otras pictóricas: nosotros hemos utilizado trabajos de la fotógrafa mexicana Valentina Siniego para nuestros dos primeros libros, luego, las portadas de los libros de Antunes y Leminski traen fotografías de dos artistas plásticos brasileños contemporáneos, Márcia Xavier y Walter Gam, que dialogan con los poemarios de un modo muy particular; y en general, es una idea —la de propiciar ese ida y vuelta entre la poesía y las artes plásticas, esa conversación gracias a la cual podemos conocer también algo de lo que están haciendo ciertos fotógrafos— es una idea, digo, que nos interesa, y que queremos seguir desarrollando, porque da la sensación de que muchas veces las portadas de los libros de poesía o bien son entendidas como lápidas grabadas por iconoclastas, o bien intentan convencernos de la hipercontemporaneidad de los textos a través de imágenes salidas de cyber-peluquerías y expendedoras de chicles de Tokyo. Se trata de generar una densidad diferente, algo que nos disloque de la producción serial de objetos y nos ubique, como editores, frente a cada libro, como quien se sitúa frente a una nueva pregunta. Si no somos los primeros en estremecernos ante eso, y si no imaginamos qué dispositivos —imagen de portada, prefacio, etc— pueden ayudarnos a subrayar la individualidad de ese volumen, su carácter único e indomesticable, no valdría la pena editar un libro.
Comenzastéis vuestra andadura rescatando Como higuera en un campo de golf del peruano Antonio Cisneros.
Exacto. Le habíamos comentado a Toño [Cisneros] que queríamos comenzar con un libro suyo, pero nos dijo que lamentablemente no tenía nada nuevo. Entonces Carlito Azevedo me comentó que se cumplían 40 años de la primera edición de ese libro, y que además nunca había sido publicado en España. Nos pareció muy oportuno, desde un cierto ángulo un poco irónico, claro, porque esa higuera en un campo de golf, que es una imagen más del infinito catálogo sobre la soledad del poeta, retrata también la experiencia europea, o la catástrofe europea, de Cisneros: el poeta partiendo del Perú con su mujer y su niño pequeño, el poeta dando clases desganadamente en las universidades europeas, el poeta emborrachándose con amigos sudafricanos en los pubs londinenses, el poeta separándose de su mujer, el poeta en el hospital, etc. Y sin embargo, lo hace sin ningún rasgo autocompasivo, o lamentativo. Más bien con humor, y deslizando críticas agudas hacia sí mismo y hacia el etnocentrismo europeo: de hecho, cuando lo publicamos, me di cuenta de que se trataba de un libro muy actual, donde incluso aparecen las cacerías de elefantes en África, que tan de moda puso la monarquía española el año pasado. Y ese campo de golf en el que la higuera aparece aislada también puede entenderse como el escenario neoliberal español y europeo, ese gran vacío televisado contra el que se recortan nuestros sueños como una interferencia. Ya ves que esto de los gruñidos, las interferencias, los ruidos en la señal, es una imagen recurrente en mí, en la medida en que me ayuda a explicar la escala de nuestras acciones puestas en contraste con los discursos dominantes.
De paso, en ese libro de Toño, hay un poema que me encanta, y que tiene un final que acabé aplicando a nuestra experiencia editorial. Es algo muy breve:
VOLVIENDO A LO QUE DIJE
Ordeno mi biblioteca, mi discoteca, mi hemeroteca,
dejo de fumar, de tomar, de escupir en el suelo,
sales para el aparato digestivo, para el páncreas,
y al hígado lo dejo entre su caja, limito sus funciones,
me acuesto y me levanto como un gallo
en un país solar, gimnasia cada día,
y pienso en todo el mundo, nunca en mí.
(¿Ante quién te disculpas, pelotudo?)
Esto viene a cuento porque a veces, después de todo el esfuerzo y la dedicación de buscar qué es lo mejor que podemos ofrecer desde la editorial, y contactar al autor, y conseguir que nos autorice la publicación, después de maquetar el libro, llegar a ese punto en que la edición nos deja satisfechos, y, finalmente y si todo va bien, tener esos quince minutos de alegría al recibir las cajas de la imprenta, llega el momento de la culpa, bajo la figura pesadillesca del librero que, sosteniendo nuestro ejemplar con las puntas de los dedos, a fin de evitar cualquier posible contagio, nos mira con una mueca que revela desencanto e incredulidad en dosis iguales y nos pregunta, retrayendo un poco los labios, si realmente, si aún, si es posible, si de verdad, si en pleno siglo XXI, si no nos hemos dados cuenta. Es decir, nos pregunta, única y lacónicamente, como si esa sola palabra fuese una explicación automática y diáfana de su decepción: “¿poesía?” —y uno estaría a punto siempre de encogerse un poco, tortuguilmente, y esconder los libros dentro de la gabardina que lamentablemente no lleva y dejar escapar alguna disculpa en sordina, alejándose por la calle y bajo la lluvia, de no ser por esa frase que viene a rescatarnos, desde el fondo del escepticismo de Cisneros: ante quién te disculpas, pelotudo. Y por qué.
Después continuasteis con el cuarto libro de la poeta ganadora del Primer Premio de Poesía del Diario La Nación en 1988, María Rosa Maldonado y su Atzavara.
Bueno, los libros van siendo publicados de a pares, entonces Atzavara salió junto con el libro de Cisneros. Creo que también sirve para ir ampliando el sitio donde a veces uno puede quedar encuadrado en el imaginario de la gente. Es decir, que la editorial va más allá de la poesía coloquial, o de los nombres más reconocidos, o de tal o cual tendencia. En el caso de Maldonado también me parecía interesante, otra vez, generar una fisura en ese pensamiento raquítico que presupone que la poesía argentina pueda ser dividida en una línea objetivista y otra neobarroca —que es un prejuicio, fruto de la pereza, que hemos escuchado algunas veces. Yo diría que ella, al igual que otra poeta argentina que nos gusta mucho, Liliana Ponce, interioriza una línea más orientalista pero personalizándola, mezclándola con una herencia más existencialista —es decir, no un orientalismo de postal de geisha en el monte Fuji, ¿no? Y en esa herencia existencialista, hay un rescate de la memoria que me hace pensar también en una poeta como Olga Orozco, que fue de hecho una de las personas que más hizo para que la obra de Maldonado alcanzase el reconocimiento que tiene. Después, todas esas cuestiones, más teóricas, se desvanecen ante la lectura, que es donde se produce el silencio y el encuentro —o nada. Y en ese sentido la experiencia fue muy positiva porque pudimos ver cómo esos poemas despertaban el interés de otros poetas de este lado del océano, incluso de poetas de nuevas generaciones, como Luna Miguel yUnai Velasco.
La primera edición bilingüe ha sido la de Paulo Leminski y Yo iba a ser Homero, una antología poética.
Sí. Esa será otra de las anécdotas para los nietos: que el abuelo fue el primero en publicar aLeminski en España, aunque dudo que me lo crean. Leminski es uno de esos casos en los que uno se pregunta qué más hace falta para que un autor sea publicado aquí: no sólo ha sido una de las figuras principales de la cultura brasileña de los años 80, con la bendición y el elogio de figuras tan destacadas y diversas como Haroldo de Campos y Caetano Veloso, sino que ahora mismo su obra completa, que acaba de ser publicada en Brasil a 24 años de su muerte, se ha convertido en el libro más vendido en la principal cadena de librerías del país, desplazando al best-seller de turno. Es un autor dueño de un bagaje intelectual envidiable, pero que supo sintetizar todo aquello en una suerte de pop-culto que sigue atrayendo a miles de lectores. Además para mí tenía, y tiene, un valor afectivo muy grande, porque el primer libro de poesía que leí cuando llegué a Brasil, allá por 1996, fue justamenteDistraídos Venceremos, de Paulo Leminski. Y ya desde el título sentí que a partir de ese momento se había producido un desplazamiento en el modo en que yo tenía de leer y entender la poesía: es una pena que haya muerto tan joven, con 44 años, pero para los lectores españoles es todo un territorio inexplorado que, espero, tengan la posibilidad de ir descubriendo a partir de ahora, porque Leminski además de poesía escribió biografías deLennon, Trostki y Bashô, una novela en la que narra el viaje ficticio de Descartes a Brasil, letras de canciones, ensayos críticos, libros infantiles; en fin, creo que hacía uso, adaptándolo, de su propio poema, según el cual “en la lucha de clases / todas las armas son buenas // piedras / noches / poemas”.
Y luego está el formato distinto de Instanto, de Arnaldo Antunes, que además incluye un CD.
Claro, por aquello que comentaba de que cada libro tiene unas necesidades específicas. El caso de Arnaldo también es curioso: la mayoría de la gente lo conoce por Tribalistas, pero no son tantas las personas que saben que es uno de los poetas y performers más destacados. Y esto es algo que uno puede contrastar con bastante facilidad, basta ver la cantidad de festivales poéticos aquí en Europa que se disputan su presencia. De hecho, cuando Eduard Escoffet, que de esto sabe mucho, tenía mayor incidencia en la programación cultural de Barcelona, Antunes era un habitué de la ciudad. Hablábamos los otros días con algunos amigos y pensábamos eso, que si Arnaldo fuese un artista norteamericano, ya estaría multipublicado en libros, DVDs, etc. De todos modos creo que la gente ha sabido valorar su trabajo: el lanzamiento del libro, en el que afortunadamente contamos con la presencia del autor, atrajo muchísima gente y el libro se está vendiendo muy bien, por suerte. Y no sólo aquí en España.
Pero volviendo a lo del libro: en este caso pensábamos que era muy importante que pudiéramos ofrecer un registro sonoro de su trabajo también, porque es algo que puede ayudar a complementar la lectura, a darle otra dimensión. La poesía concreta necesita que uno active unos modos de percepción y comprensión distintos al registro poético, digamos, más habitual, o “narrativo”. Cuando uno lee un poema de Ashbery, por nombrar a un poeta que admiro muchísimo, lo que lee le puede gustar más o menos, pero la densidad del texto, el modo de estructurarlo, el desarrollo, las variaciones, todos los aspectos compositivos, trabajan sobre un sistema lógico que nos resulta conocido, porque guarda muchas analogías con los movimientos de nuestro pensamiento, es decir que el texto se desliza sobre una lógica que, más allá de las particularidades del autor (Ashbery no es justamente un silogista, sino todo lo contrario) somos capaces de identificar y asociar con nuestra propia mente. Lo que sucede en el caso de la poesía concreta es lo que Arnaldo sintetizó en una frase, en la presentación de Instanto, cuando dijo que su poesía no relata un acontecimiento, sino que ella misma es el acontecimiento. Eso hace que uno necesite posicionarse de otro modo frente a los textos, participando de una forma más activa. Y creo que a través de la escucha del CD, además de extraer un placer auditivo muy grande, uno puede ir descubriendo algunas posibilidades y modos de acercarse a la producción textual de Arnaldo, imaginando cómo podrían sonar otros textos que no están en el CD y borrando algunas fronteras imaginarias entre aquello que está en la página y aquello que se propaga mediante las ondas sonoras. En ese sentido la unidad de resultados de la obra de Arnaldo es impresionante, teniendo en cuenta la gran variedad de recursos que utiliza.
Además, entendíamos que nuestro formato habitual de libro, tipo bolsillo, era efectivo para un tipo de poesía más intimista, en la cual la proximidad física entre el lector y el objeto es deseable; pero no servía para una poesía en la que el yo está virtualmente ausente, una poesía que pone en práctica una experimentación casi filosófica del lenguaje, y que pide una cierta distancia, una separación espacial que bien puede entenderse como el trayecto necesario para la formulación de un pensamiento: la imagen del poema llega un poco más tarde al cerebro, el calor del papel no nos envuelve tanto, la tipografía y el discurso no buscan la identificación personal del lector con lo que lee, sino apenas su atención, sus sentidos. Creo que la idea ha funcionado bien en ese sentido.
Hemos hablado de lo que ya habéis editado. ¿Cuáles serán las próximas propuestas de la editorial?
En principio nuestros lanzamientos serán semestrales —aunque siempre puede haber alguna sorpresa—, con lo cual nuestros dos próximos libros saldrán entre septiembre y octubre: en este caso el eje es la poesía norteamericana. Publicaremos a un poeta canadiense, Robert Bringhurst, y a una poeta estadounidense, Mary Jo Bang. Creo que además de tratarse de dos títulos fascinantes (La belleza de las armas y El claroscuro del pingüino) estaremos cumpliendo con nuestra premisa: Bringhurst es otra de esas ausencias incomprensibles en España (muchos de los poetas con los que he hablado lo conocen y les gusta, pero no han podido encontrar nada traducido), mientras que de Mary Jo sólo se ha publicado un libro, Elegy, que es estupendo, pero que gira alrededor de la muerte de su hijo —de modo que nos parece importante ampliar el espectro de la poesía de Mary Jo publicada en España hacia otros temas, más recurrentes en su obra: el erotismo, la ironía, la mirada sobre el arte contemporáneo y el problema del lenguaje, entre otros. Serán ediciones bilingües, (estamos en la fase de traducción de ambos libros ahora mismo) y regresaremos a nuestro formato de bolsillo, que es el que nos permite llevar adelante el proyecto.
¿Es posible apostar por la poesía en estos tiempos?
Perfectamente. Acabo de leer en Facebook que Enrique Villagrasa dice lo siguiente:“Última hora: Poesía se dispara más de un 3% y firma la segunda mayor subida del año”. No, en serio: si el tema pasa por las utilidades materiales que uno reciba a cambio de escribir o leer o editar poesía, nos podríamos preguntar por el sentido de ir al Musée d’Orsay, de escuchar música o de contemplar la elegancia de un galgo. Hay algo que tiene que ver con el deseo de compartir aquello que nos produce emoción, que soy capaz de identificar alrededor de esta tarea de editar algunos libros de poesía, y que se confirma cada vez que recibo un mail de alguien que ha leído un libro nuestro y quiere hacernos saber que le ha gustado, o que desea leerlo, y que se siente emparentado con nosotros de algún modo —y que en cambio no detecto en las publicidades de automovilistas solitarios avanzando por caminos de montaña por mucho que vayan acompañadas de voces suaves que susurran “emotion” o“feel it” o cualquier cosa del tipo. Hay un poema de Juan Gelman que gira alrededor de esa necesidad que va más allá de cualquier recompensa material, y que comienza de modo un poco grandilocuente, hablando de alguien que se sienta a la mesa y escribe “con este poema no tomarás el poder”, y “con estos versos no harás la Revolución”; pero que a medida que transcurre el texto es cada vez más interesante, porque los logros materiales que no se obtendrán, y que el poema va enunciando, pasan de elementos más o menos prácticos hasta llegar a objetos casi absurdos en términos mercantiles (“no entrará al cine gratis con ellos / no le darán ropa por ellos / ni papagayos ni bufandas ni barcos / ni toros ni paraguas conseguirá con ellos”). La paradoja es que pese a todo eso, esa persona, nuevamente en el último verso, “se sienta a la mesa y escribe”, con lo cual la actividad queda inscripta casi en el orden de lo instintivo, o de aquellas necesidades que no pueden enmarcarse en la lógica del costo-beneficio. De hecho, creo que nuestra colección de poesía podría llamarse así: Ni toros ni paraguas.